Uno de los hábitos más comunes —y menos confesados— es compartir el cepillo de dientes. Aunque parezca inofensivo, los dentistas lo desaconsejan totalmente debido al riesgo de transmitir bacterias o virus como el herpes oral. Aun así, más de una pareja ha recurrido a esta “emergencia” sin pensarlo dos veces.
Otra práctica habitual es ir al baño con la puerta abierta. Aunque puede verse como una señal de confianza extrema, exponer a la otra persona a olores y sonidos poco agradables rompe límites de intimidad y puede ser antihigiénico, especialmente si no se tiene una buena ventilación en el hogar.
También están quienes se meten a la cama sin haberse duchado después del gimnasio o un día caluroso. El sudor, junto con células muertas y bacterias, se transfiere fácilmente a las sábanas, lo que puede provocar mal olor o incluso infecciones en la piel.
Ni hablar de quienes huelen la ropa del otro para decidir si “todavía se puede usar” o quienes usan la misma toalla durante semanas, intercambiándola sin prestar atención a la acumulación de humedad y bacterias. Las toallas deben cambiarse al menos una vez por semana y no compartirse, especialmente si alguno tiene la piel sensible.
Por último, besar a la pareja justo después de estornudar o sin haberse cepillado los dientes en todo el día es más común de lo que se cree. Aunque el cariño está presente, también lo están millones de microorganismos.
En resumen, la confianza en la pareja no debería ser excusa para dejar de lado ciertos hábitos de higiene. Amar también implica cuidar la salud del otro. Un poco de conciencia puede hacer que la convivencia sea más saludable… y menos “graciosa” en el mal sentido.
¿Quieres que también incluya algunos consejos para evitar estos hábitos?
